Antes de la primer actividad. #EducaIguales

Es de mañana, la mujer que soy se levanta de la cama de un salto y corre a poner la cafetera.

Aún en pijama se sienta frente al escritorio y se enfrenta a una desafiante hoja en blanco como principio de un montón de cosas pendientes.

Anda medianamente dispersa, intentando redactar una tarea sobre educación en igualdad, va atrasada. Ya debería estar haciendo la número 3 y apenas está por comenzar la primera. Pero su mente volátil la lleva para todas partes menos para donde debería.

Siguen pasando los minutos.

Hay un delicioso olor a café que se cuela por la ventana, tal vez sea momento de ir a servirse la primera taza del día, seguro ya está listo, piensa.

Se puso una play list de rock en español de los ochentas, y ahora mismo suena “Cada vez que digo adiós” de los “Enanitos verdes”, un grupo argentino que le volaba la mente cuando era niña.

“Tengo que pensar en otra cosa, es hora de cambiar el rumbo. El mundo está girando locamente y yo ya estoy cansado de estar tan cuerdo”, dice la canción y para entonces ya no se podría precisar si suena al fondo de su habitación actual o en el toca cintas de la sala de su casa de antes, que era mucho más pequeña que ahora. Pero en su corazón de cualquier tiempo suena, eso es seguro, y también es seguro que el vértigo hermosamente inquietante de seguir descubriendo caminos suena junto con la canción, atemporalmente.

En un mundo paralelo que habita en su universo personal y quizá en algún otro universo, la niña que fui la mira entre emocionada y expectante.

es una niña inquieta y juguetona. Le encanta leer, escuchar música y hablar con sus amigos. En esos tres benditos placeres de la vida puede pasar horas sin darse cuenta y la hacen muy feliz, tanto como jugar con el más pequeño de sus hermanos, escuchar las confidencias de sus hermanas y la risa y las ocurrencias de su hermano mayor, oler el perfume de su padre como certeza de que está en casa, o escuchar a su madre cantar mientras cocina o confexiona alguna prenda.

Ya no usa anteojos pero tampoco ve bien, pero con el rango visual que tiene le es suficiente. No se imagina que pronto quedará ciega.

Está en sexto de primaria, es una de las cinco personas con mejor promedio en su clase, tiene entrañables amigas y amigos de la escuela y de su calle, todos cómplices de juegos y aventuras.

Ama el lenguaje y sus misterios casi con la misma intensidad que ama la música. Tal parece que el mundo de los sonidos y el de las palabras ya le habían seducido fuertemente desde antes de navegarlos como alternativa principal debido a su ceguera posterior.

La mujer que soy ahora le mira orgullosa de ser esa niña ingenua y soñadora que le dio tantas rutas posibles solo con su  curiosidad y su desfachatez para asomarse y probar todo cuanto llamó su atención.

Corrimos con suerte por haber podido elegir entre bastantes opciones y en haber tenido tantos referentes y sobre todo el haber sido alentadas a soñar y las semillitas de la libertad y el asombro bien plantadas en nuestro interior.

Las cosas están muy lejos de ser perfectas, pero creo que llegamos bien hasta donde vamos, la que seré seguro está ya en algún otro mundo paralelo al que le llamaré futuro, uno que no me imagino ni quiero imaginarme. Dejaré que la vida y su azar con sus fórmulas y sus mil combinaciones me sigan sorprendiendo hasta el final, sea cuando sea.

El presente me increpa medio vurlón. Me dice al oído que vaya por la taza de café de una buena vez  y me afane en poblar cuanto antes esa hoja en blanco, que ese curso en línea tiene tiempo límite. Y que por si las dudas siga tratando de no pensar tanto y me mueva, porque las vidas de las personas  también tienen tiempo límite… y la mía no es la excepción.

Valeria Guzmán Díaz.